Las mujeres en mi familia siempre han sido expertas en plantas: mi abuela, mi mamá, mis tías… hasta que yo rompí la tradición 🤦🏻♀️ (siempre está la divergente, ¿cierto?) Resulté ser una analfabeta en botánica y jardinería. De hecho, ostento el récord Guinness familiar de la mayor cantidad de plantas secadas. Pero, este fin de semana me arrojó un rayo de esperanza.
Como ayer Naru iba a aprender sobre plantas empezó a llover, obviamente. Todo el escenario confabuló para cancelar, seguir durmiendo y aceptar mi destino poco promisorio. Aún así, junto a una amiga nos trasladamos hasta un vivero especializado en plantas raras, tropicales, suculentas y cactus, en las afueras de la ciudad. Asistimos a un taller organizado por Plants Alive! (especialistas desde 1975 en USA). Esta experiencia no sólo me ayudó a reconstruir mi demolida autoestima 😅 y me brindó orientaciones prácticas, sino que también me hizo ver con claridad tres lecciones de vida.
Es posible recuperarse de una difícil temporada
Al igual que las plantas, todos atravesamos periodos donde no recibimos los nutrientes y elementos esenciales de nuestro entorno. Algunos de maneras más bruscas y prolongadas que otros, lo que agrava la situación.
Nuestra raíz –oculta a la vista– muere un poquito cada día en silencio, hasta que se hace notorio ante todos: perdemos nuestro color, se nos caen las hojas y nuestra vitalidad se apaga.
En mi experiencia, cada vez que veía a una planta secarse me entristecía saber que llegaba su final. Sin embargo, con el taller aprendí que si aplicamos las medidas curativas correctas las plantas se pueden recuperar, porque su raíz es más fuerte de lo que creemos.
Aunque la superficie nos diga “Esto está muerto”, una planta puede ser increíblemente resiliente, y un ser humano sin dudar. Puede que la mejoría lleve unos días, semanas, meses o más, aún así es temporal, no el veredicto final. Esa vida sanará.
El lugar de origen da pistas sobre lo que nos hará bien
Estábamos en una rondita grupal dentro del espacioso vivero escuchando al instructor Jeff Kushner ilustrarnos sobre los principios de transplantar, sobre nutrientes, fertilizantes, fotosíntesis, ósmosis, etc., en compañía de participantes experimentados, cuando de pronto me miró y me preguntó sobre mi planta.
*Silencio seguido por leve pánico escénico*
Como absoluta principiante quise enterrarme de la vergüenza. Pero, alentada por mi amiga (genia en plantas) me asinceré y le confesé a Jeff que tenía una Snake Plant (conocida también como “lengua de suegra” 👅) y le pedí que me oriente en “Cómo no matar mi planta”. Jeff sonrió por mi expresión y, con sabiduría y aplomo por sus décadas de experiencia, me respondió: “Cuando quieres entender qué le hará mejor a una planta pregúntate sobre su origen. ¿De dónde es la Snake Plant? Es de hábitats tropicales, por ejemplo en Aruba crecen en la playa, a sol pleno”.
Obviamente estaba esperando una respuesta bien práctica como “Riégala tantos días al mes y no la expongas directo al sol”, pero no eso que me dijo. Inmediatamente pensé en cuando los seres humanos somos “transplantados” a nuevos entornos y nos quitan de «nuestra maceta», lejos de nuestra esencia y de la luz y los estímulos que necesitamos (como en mi caso que me mudé de país a principios de año).
Para recuperarnos cabe preguntarnos: “¿En qué tipo de ambiente florezco? ¿Y en cuáles me marchito? ¿Qué me nutre para estar saludable y fructífera?”. Nuestro lugar de origen es clave para entender lo que nos hace revivir.
¿Qué te hace sentir vivo/a? ¿Qué pistas hay en tu lugar de origen?
Es instinto, no matemáticas
Me he manejado con fórmulas, reglas y sistemas gran parte de mi vida. Al igual que una receta de comida donde sabés la medida exacta de ingredientes, pensé que con las plantas sería igual: regar “x” cantidad, un día y horario específicos, y ponerlo en un lugar preciso. Sin embargo, al tratarse de un ser vivo y dinámico no funciona exactamente así. No es un cuidado matemático y cabal, sino más bien instintivo, donde tomás decisiones basadas en señales y en observaciones.
Cuando buscás ayudar a una persona no lo hacés como algo mecánico, con un checklist genérico bajo la manga. Lo hacés prestando cuidadosa atención, entrando en contacto y tocando su tierra. Ningún ser humano es igual a otro, así como ninguna planta es repetida en serie como en una fábrica de ensamblaje. Estamos hablando de una creación original.
Como con una planta, no invadís; no la ahogás con agua, no la quitás abruptamente al sol; la respetás, a veces la dejás tranquila y en paz por semanas porque necesita espacio para recuperarse de los eventos traumáticos que ha atravesado; pero a la vez sabés cuándo acercarte, darle asistencia y delicado cariño.
En suma, sería ingenuo de mi parte pensar que llegaré algún día al nivel de sapiencia botánica de mi linaje familiar. De lo que sí estoy segura es que de ahora en más asumiré los siguientes compromisos: no me rendiré tan fácilmente porque sé que hay una raíz que puede resistir; crearé un microclima donde mis plantas y seres queridos se sientan “en casa”; y dejaré mis fórmulas artificiales de lado para abrir paso a una conexión mucho más empática y natural.



