Un gran caballo va adonde queramos con tan sólo un freno en su boca. Un enorme barco cambia su rumbo cuando el capitán da un giro desde su timón. De igual manera las palabras que salen de nuestra lengua pueden dominar destinos.
Si pensamos en proporciones, una brida es insignificante considerando la anatomía de un caballo. Un timón es diminuto al lado de la infraestructura de un barco. Y la lengua apenas es un miembro de 10 centímetros en el cuerpo humano. Todos de medidas ínfimas pero de GRAN INFLUENCIA.
Las palabras que salen de nuestra lengua pesan. Podemos arruinar nuestra reputación y la de alguien más. Podemos movilizar con un discurso a millones de personas para el bien, o enfurecerlas. Podemos destrozar a alguien y ni siquiera estar en la misma habitación; o levantarle de su desánimo sin necesidad de tocarle. Todo eso usando nuestra lengua.
Dice Santiago 3:5-6 que “… una sola chispa puede incendiar todo un bosque. Y la lengua es una llama de fuego”.
Somos poderosos. Muy poderosos. A veces podemos hacer más daño con la lengua que con cualquier otra parte de nuestro cuerpo. A un colega, a un hijo, a un padre o una madre, a un hermano, a un compatriota, a un prójimo, a miles.
Es irónico cómo el ser humano logró dominar prácticamente todo, menos su lengua. Nos cuesta tanto. Cientos de siglos atrás Santiago sabía esto, así que además de advertir sobre el poder de la lengua (amplificado en el siglo XXI por las redes sociales), dejó un consejo corto y contundente: “Sean rápido para escuchar y lentos para hablar”. Ahí está el antídoto. Esa es la forma de prevenir la catástrofe:
Rápidos para escuchar… lentos para hablar.
Rápidos para escuchar… l e n t o s p a r a h a b l a r.
Rápidos para escuchar… l e n t o s p a r a h a b l a r.
El contexto que atravesamos (estrés, agotamiento acumulado y malestar) es el caldo de cultivo ideal no sólo para tirar una cerilla sino para quitar nuestro lanzallamas, pero seamos conscientes de las consecuencias en quienes nos escuchan y observan, directa e indirectamente. No podremos apagarlo después. Se extiende sin piedad y arrasa a gran velocidad todo lo que hay alrededor.
Varias de las confusiones, polarizaciones y peleas que causamos en nuestras oficinas, hogares y plataformas de comunicación tienen su raíz en esto: subestimamos el poder de una pequeña chispa.