Existen 3 tipos de comparaciones: la ascendente, la descendente y la horizontal. La ascendente hace que nos comparemos con gente que supera ampliamente nuestro nivel. Entonces, surge la envidia. La horizontal hace que nos comparemos con gente que está en nuestro mismo nivel. Entonces, nace la competencia. Por su parte, la descendente hace que nos comparemos con gente que está por debajo de nuestro nivel. De allí, la arrogancia.
Si entramos en esa calecita de comparaciones, terminaremos mareados. Por un lado, nos frustraremos por el logro de los demás; por el otro, terminaremos conformándonos [ego henchido de por medio] por el fracaso de otros.
Nada mejor que intentar ser la mejor versión de nosotros mismos. Nada mejor que batir nuestros propios récords. Nada mejor que superar nuestros límites. Nada mejor que estampar nuestra originalidad en el mundo.
Justamente esta semana el entrenador de mi equipo nos reunió en charla técnica y nos dijo en alusión a la disputa de un partido importante: «No me importan las virtudes del rival, me importan las de nuestro equipo». Entrelíneas: enfoquémonos en nosotros y dejemos de inventariar lo que tienen los demás.
Breve, pero gran aprendizaje de la semana. Y como ya es costumbre, lo registré en mis «Apuntes de aprendiz» para compartirlo con ustedes 😉