Imaginemos que somos árboles que, llegado su momento, dan frutos. Y estos provienen de tu carácter, de tu savia, de tu esencia, de quién sos. Las personas se acercan, mironean, arrancan unos cuantos y le dan una probadita. Sí o sí provocamos una reacción: el «Ñaaam» o el «¡Puaaaj!» [posterior escupitajo]. La clave está en si esos frutos están maduros… o verdes.
¿Qué es la madurez? Es la sazón de los frutos, es el «enhorabuena» para arrancarlos, es el tiempo oportuno, es el pleno desarrollo, es la plenitud, es el cruzar la meta, es el relojito que te suena y te indica «listo». Su antónimo es la inmadurez. El «está verde todavía», es el punto de partida, apenas el estiramiento del carácter, el principio, la fase perfectible, donde no se está preparado para algo mayor.

Convengamos, no se nace en la madurez, se llega a ella. No se le dice a un niño de 3 años «Qué inmaduro sos». Pero una cosa es comer un fruto verde de un árbol novel, otra cosa es comer un fruto verde de un árbol cuyo timing ya da para un fruto maduro. A los de 25 años sí ya le refunfuñamos con el «Ya estamos grandes para eso, che».
¿Cómo se llega a la madurez, entonces? Si pensamos como árboles, meramente con el paso del tiempo. Pero si pensamos en términos de personas, con el paso del tiempo y con la voluntad de perfeccionarnos. ¿Conocen personas inmaduras de 35 años? ¿Conocen personas maduras de 18? Yo sí. El paso del tiempo no te garantiza por sí sola la madurez, hay que añadirle un ingrediente fundamental, que es la voluntad de ser mejor.
Algunos aducen la madurez a la cantidad de obstáculos que pasó alguien en la vida. Sí, es un factor válido, pero todo depende de la resonancia [la repercusión interna] que haya tenido en uno/a. Algunos se tropiezan tres y hasta cuatro veces con la misma piedra, y no aprenden. Otros, sin embargo canalizan dicha experiencia para adquirir sabiduría y dar sazón a sus frutos.
¿Cómo están los frutos de nuestro carácter? ¿Sazonados o verdes? Saben, de lejos el árbol puede tener buena pinta, sus frutos te hacen un guiño, te dan la impresión de que están «ok», son unas cerecitas seductoras, que tienen el color ideal. Pero ¿será que si otros se acercan lo suficiente y dan una probadita -en buenas y malas circunstancias- se llevarán una sorpresa desagradable? ¿Será que están inacabadas por dentro? Sixto Porras, gran conferencista sobre temas de familia y matrimonio, dijo una vez «Cuando usted se enamora, se enamora de un cuerpazo. Cuando usted se casa, se casa con el carácter». Más vale que conozcas ese árbol.
Pensemos: ¿Cómo amamos? ¿Cómo discutimos? ¿Cómo aprendemos? ¿Cómo esperamos? ¿Cómo reconocemos errores? ¿Cómo triunfamos? ¿Cómo asumimos una derrota? ¿Cómo gastamos dinero? ¿Cómo interactuamos con alguien distinto? ¿Cómo reaccionamos bajo presión? ¿Cómo educamos a otros? ¿Cómo expresamos disenso? ¿Cómo agradecemos? ¿Cómo celamos? ¿Cómo respetamos? ¿Cómo trabajamos?
¿Cómo son los frutos de nuestro carácter?
Sería una lástima que quien se acerque a nosotros «deguste» nuestra inmadurez, porque es amarga y deja una mala impresión del árbol. Es mi deseo que, si bien vivimos madurando y renovándonos a través de los años, los demás saboreen y perciban con deleite nuestros frutos. Si cometo errores reiterados y me quiero autojustificar diciendo «Pero yo soy buena persona», este versículo de la Biblia me da un coscorrón cariñoso:
«Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos».
Necesariamente mi comportamiento, mi carácter, mis frutos, mi interacción con los demás, son fiel reflejo de quién soy. Los títulos, acreditaciones o impresiones no me hacen buena o mala persona, son mis frutos. Y estos no mienten.
😦 que difícil es dar buenos frutos o, al menos, darle gusto a los demás, es decir ¿un buen fruto siempre le agrada al que lo recibe y prueba? o ¿estamos condicionados a esa esencia de insatisfaccción y desencanto que persiste en muchas personas y que, a la larga, termina por convencernos de que nuestro fruto no es lo suficientemente bueno?
Qué buen comentario: ¿es el fruto bueno por criterio mío o de quien se acerca a probar? Si bien no deberíamos vivir en función de buscar la aprobación de los demás, definitivamente pienso que encontramos pistas de nuestra madurez e inmadurez en el otro. Es en la interacción que nos damos cuenta de cuán «sazonados» ya estamos. Yo puedo pensar «qué buena persona soy» estando aislada, pero sólo cuando interactúo sale a relucir el fruto realmente. Aunque me cueste aceptarlo al principio, le agradezco a quien con buena intención y sinceridad me dice «Estás verde todavía en esto», o «Estás grande ya para reaccionar así». Es aleccionador. No lo tomo como una frustración o como el desencanto de «Nunca seré suficientemente buena». No. Es mi oportunidad de seguir perfeccionándome.