Tuve la oportunidad de escuchar entre un reducido grupo de 20 personas a Ramón «Moncho» Sabella, uno de los sobrevivientes del accidente de avión en Los Andes, en 1972 [¿recuerdan la película «Viven»?]
En varios momentos, Moncho mencionó que nuestro umbral de dolor se ensancha a medida que pasamos por pruebas difíciles, que ni nosotros sabemos que somos capaces de soportar.
«No puedo más». Y podés.
«Estoy demasiado cansado». Y seguís.
«No doy más». Y das.
Eso me hizo acordar a una cordillera que mi familia tuvo que afrontar en 1999. Mi tía, una de las personas a quien más amo en la faz de la Tierra, tuvo un cáncer invasivo. El pronóstico era muy desalentador. El desafío: una cirugía complicada y numerosas sesiones de quimioterapia. Fueron meses y meses de lucha. Recuerdo que mamá se quedó con ella a dormir durante los días de internación. Hay cosas que simplemente no puedo describir, pero sé que mamá precisó de una fortaleza de fierro para sobrellevarlas.
Un día, estando en la habitación del sanatorio, mamá entró al baño a llorar, mordiendo la toalla para que sus gemidos no fuesen escuchados por tía. Era por la impotencia de ver así a su hermana, por el cansancio acumulado y porque, extrañamente, estábamos enfrentando el peor momento de todos… prácticamente solos. Allí, entre sollozos, trató de hilvanar una oración. Esa que todos hicimos alguna vez: «Dios, dame fuerzas, no puedo más».
Moncho Sabella contó que una noticia muy devastadora durante los 72 días en las cordilleras, llegó cuando escucharon por radio que se había suspendido la búsqueda de sobrevivientes y que los daban por muertos. Más de uno habrá mordido su toalla.
Las malas noticias, las enfermedades y las tragedias, ensanchan nuestro umbral del dolor a dimensiones que ni nosotros creíamos posible. ¿Sobrevivir a un cáncer invasivo, a una cirugía riesgosa y enfrentar sesiones fuertes de quimioterapia hasta que literalmente no te quede un pelo? ¿Sobrevivir sin comida, sin agua y con un frío insoportable en medio de la nada?
Este es el siglo XXI, pero conozco numerosos gladiadores. Uno de ellos es Moncho, otras dos son mi tía y mi mamá.
Cuando más de uno hubiese tirado su toalla, ellos la mordieron.
Clamaron por fuerzas un día a la vez, una sesión a la vez, una cordillera a la vez. Y esas fuerzas les fueron dadas.
Naru, creo que para esta reflexión no existe otro mejor título que este. Simple y sencillamente es la realidad que tantas veces uno vive, de diferentes formas pero que en todos el dolor y la impotencia están presentes… creo que en esto podría decir lo que siempre uno suelde decir; «Lo que no me mata, ME FORTALECE». Gracias por tus palabras profundas y sencillas… Buen resto de jornada 🙂
¡Hola Marithé! Esa frase es totalmente aplicable. Se mira el camino recorrido y parece increíble lo que se soportó. Gracias por enriquecer este espacio con tu comentario. ¡Un abrazo!
excelente!
Sin palabras, porque las que escribiste en este post son las justas y necesarias. Sos una genia!
viste cuando te quedas muda de asombro y solo pensas «es re cierto»..? bueno..asi.. EXCELENTE naru..le pedi a Dios anoche que me diga q hacer y ahora me respondio: «ahí esta, morde la toalla y dejá de quejarte»..jajaja naru saaabe!
Me emocioné Naru!! Me encantó! Gracias por el aliento.. Justo y necesario… Un abrazoo!!
permiso me lo llevo prestado! Estoy pasando por una situacion similar con mi papa, tengo gaanas de tirar la toalla siempre, pero no se de donde saco fuerzas. Ojala sea una cordillera mas de tantas otras que tenga que afrontar. Gracias por tu palabras.
Preciosa reflexión Naru!
Primera vez que llego a tu web y me asombré de los buenos escritos que hay!! La verdad tenés talento de comunicadora.. pero lo más importante es que las cosas que leemos son auténticas del corazón y encima son edificantes!!
Fuerzas a todos los seres humanos que en más de una ocasión debemos aprender a «morder la toalla».
¡Gracias Albi! Sos bienvenida siempre que quieras. Mi intención es justamente escribir lo más auténtico posible, de lo que todos pasamos cotidianamente. Me alegra que pueda edificarte. ¡Un abrazo!