Un principio mencionado a menudo es: “No vayas a la guerra sin estrategia”. Bueno, lo más cerca que estuve de “ir a la guerra” fue cuando mi hermano me invitó a jugar Airsoft, una actividad deportiva de simulación militar.
Estando en medio de un caluroso bosque en Areguá, cubriendo la posición asignada por mi líder de misión, escondida detrás de un árbol con mi atuendo y réplica cargada, reflexioné en cómo se habrán sentido los soldados en situaciones reales.
Como el lugar era vasto estuve sola e incomunicada casi una hora, con algún que otro balín cruzado con líneas enemigas, hasta que llegó un compañero y se situó detrás de un tronco. Me miró para chequear si estaba bien, a lo que asentí, e inmediatamente me sentí mejor por su compañía. Luego llegaron otros, incluido el líder. Entonces recibimos la instrucción de que debíamos capturar un maletín ubicado en un pantano para ganar la mayoría de los puntos.
A pesar de ser debutante en el juego, y de que el enemigo tenía flanqueada esa zona, me ofrecí a hacerlo. No fue una misión suicida, sino que la mayoría del equipo se posicionó detrás de mí y sólo ante la frase de “Tranquila, te cubrimos” fue que me adentré entre camalotes y lodo a quitar el maletín. En segundos que parecieron eternos, todos dispararon sus balines y el rival hizo lo suyo también. Lo que parecía imposible, se logró: la novata capturó el maletín. Ganamos.
Esta experiencia me recordó a la estrategia que da Eclesiastés 4:12 ante situaciones de riesgo: “Alguien que está solo puede ser atacado y vencido, pero si son dos, se ponen de espalda con espalda y vencen”.
Todos estos meses se sintieron como un campo de batalla. Cada día fue una resistencia ante embates sin tregua. Si no fue el COVID-19, fueron los cortes de luz o de agua, la sequía, la quiebra, el desempleo, el trabajo 24/7, el aislamiento, el luto, los problemas familiares o de salud mental,… y la lista puede continuar. Con todo, salimos osadamente cuerpo a tierra a recuperar el maletín por el equipo.
Ese domingo en Areguá me enseñó esto: a la guerra no hay que ir solos, o seremos presa fácil. Necesitamos un pelotón confiable que cubra nuestras espaldas y que nos extienda una mano al caer.
Necesitamos hablar. Solicitar refuerzo. No hay premio para el que lo contiene todo. ¿Qué mejor que un colega para comprender a otro colega? Esas son conexiones vitales para continuar. Alguna secuela sufrimos y sólo el vínculo con otros nos puede volver a levantar.
Eclesiastés 4:9-10 sintetiza el mensaje: “Es mejor ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse mutuamente a lograr el éxito. Si uno cae, el otro puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas”.