Cuenta la historia -y las Enciclopedias de Océano- que hace muchos años, en el Oeste de los Estados Unidos, tuvo lugar la denominada «fiebre del oro». Se descubrió que en ciertas regiones había cualquier cantidá de oro [en su estado original], lo que generó una estampida humana hacia el Oeste. La gente buscaba enriquecerse rápido y fácil.
Al llegar, todos empezaron la búsqueda, sin tregua. La mayoría encontró pepitas de oro en los riachuelos [bastaba con tener un colador y meterlo en el agua cristalina]. Otros hasta tuvieron la suerte de hallar pepitas en el suelo mismo, ahí a simple vista. Pero hubo un grupo en particular que se volvió tremendamente rico. Fue el grupo que se puso a excavar.
Aquí viene la moraleja: podemos mantenernos en la superficie y sacar provecho de alguna que otra pepita de oro, pero si realmente queremos saber dónde radica la riqueza, tenemos que excavar profundamente.
Me valgo de la historia de «la fiebre del oro» para ilustrar otro tipo de fiebre en el siglo XXI: el culto al cuerpo. Esa casi-adoración por lo superficial, por el look, por la ropa, por los músculos, por el peso, por el maquillaje, por el embellecimiento en general EN DETRIMENTO de lo interno, lo verdaderamente importante.
Pienso nomás: vivimos en un cuerpo, pero no somos nuestro cuerpo.
Y leyendo la Biblia durante mi desayuno hoy, me encontré con un versículo que me puso los pelos de punta, se trata de 2 Corintios 4:16,
«… antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día».
Lo de afuera se arruga, se «cae», se encoge y se desgasta con el tiempo. No importa cuántas cirugías la gente se haga para detener este proceso… tarde o temprano llegará. Lo de adentro, por el contrario, se renueva, se hace cada vez más lindo, se fortalece. El reloj no es su enemigo, sino su aliado.
Aún así, impresiona cuánto las personas gastan [en tiempo y dinero] para tunearse por afuera, cuando por dentro se encuentran tan descuidadas. Se conforman con una pepita de oro, cuando más profundo hay una mina entera. Piensan que la superficie lo es todo, que ahí reside lo valioso de su ser. Pero noooooo, la riqueza está dentro de uno, en el alma, en el espíritu, en ese principio generador, en ese carácter íntimo, en esa esencia del corazón.
Ojo que no estoy en contra del cuidado externo [lo avala mi década y algo como deportista]. Hay que mantenerse bien, embellecerse, cuidar el pelo, tener buena fragancia, ir al dentista, cuidarse en la alimentación, etc.; hay que ser coquetas [en el caso de las mujeres] y acicalados [en el caso de los hombres].
Mi punto es: no nos quedemos en la fachada. Démosle importancia a nuestra mente y a nuestro espíritu como prioridad. Cultivemos hábitos que nos renueven… por dentro.
¿Nunca les pasó que conocieron a una persona realmente bella, pero abrió la boca y todo se fue al maso? 😦 Y ¿les ocurrió que alguien que no les resultó atractivo por fuera al ir conociéndole más se dieron cuenta de su belleza por dentro, lo que opacó totalmente su exterior?
A veces estamos muy enfocados en cosas terrenales, vanales y superficiales. Deberíamos tener varios «stops» en el día para meditar en aquello que realmente vale la pena y perdura en el tiempo. Por aquello que vale oro.
Mi ma te manda decir: Escribis tan bien! Dios te dio un don hermoso y me encanta que ultilices este medio en el cual todos están. Que de fruto y vos misma lo puedas ver.