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Testigos


“De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven”, Job 42:5

No vivo de rumores, sino de lo real.

No dependo de copias, sino del original.

No es amor rentado, es experimentado.

No doy rumores de pasillo, yo soy testigo. 

Jesús no es leyenda, es por quien vivo. 

 

“Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído.”, Job 42:5

Tengo un mensaje que arde en mi pecho.

Ni estas paredes podrán detenerlo.

Es un amor que viaja los siglos.

Llevo la antorcha de un gran destino.

Tengo un mensaje que arde en mi pecho.

Para los que viven y los que no han nacido.

Es un amor que viaja los siglos.

Dios sabe tu nombre, Dios te ha escogido.

 

“Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio”, Juan 15:27.

Están tus indicios palpables a diario.

Son tus testimonios, son marcas, son huellas.

Veo tu amor y yo lo imito.

Aprendo de ti, de todos tus caminos.

¿Qué soy sino aprendiz de un gran maestro?

Te veo, te sigo, te pienso y te siento.

Tu ejemplo me inspira, me abraza tu esencia. 

 

*Poemas publicados en el Calendario DÍA A DÍA 2014, a beneficio de los Comedores Ko’eju. 

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Digno de confianza


“Pero benditos los que confían en el Señor y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza”, Jeremías 17:7

Hay un factor que está presente a cada hora, todos los días, a lo largo del año. Influencia y determina la profundidad de nuestras relaciones; la forma en la que nos comunicamos, en la que trabajamos, en la que oramos, en la que amamos, la manera en la que nos entregamos o replegamos en la vida. Ese factor es la confianza.

Sentir seguridad, certeza, confidencia y familiaridad, refleja nuestra alta confianza. Por el contrario, cuando no confiamos, somos prevenidos, temerosos, cerrados, preferimos la distancia y, en lo posible, sólo hablamos lo justo y necesario. 

Cuando hablamos de ser cristianos, hablamos de ser seguidores de Cristo, entregados de todo corazón.

¿Pero se entrega un corazón que no confía?

¿Acaso podemos amar plenamente si no confiamos? Vivir en este mundo nos ha dejado huellas de desconfianza. Tarde o temprano, nos sobreviene la falla, la traición o la desilusión. Y aprendemos a no dar nuestra confianza a la gente. 

La razón por la que cada vez hay más cláusulas en los negocios, contratos pre-nupciales, pre-requisitos y especificaciones por escrito, es porque la confianza se ha deteriorado en nuestra sociedad. La palabra perdió su poder.

Pero hay quien no tiene sombra de variación, hay quien habla y cumple, hay quien cuida de tu corazón y no lo rompe, hay quien promete acompañarte en los mejores y peores momentos, hay quien luchó por ti hasta la muerte, hay quien tiene intenciones transparentes y pensamientos de bien, hay quien demuestra lo que es la fidelidad, hay quien cumple su pacto de amor.

“Mi corazón está confiado en ti, oh Dios; mi corazón tiene confianza…”, Salmos 57:7. Ese alguien es Dios, en quien puedes reposar. Con él no hay que abstenerse, dormir con un ojo abierto o estar preparado para algún momento de quiebre. No hay que ser cautelosos ni subir la guardia.

Con él no aprenderemos a amar menos, sino a amar más y mejor. Nos ejercitaremos en el riesgo, en la entrega, en el involucramiento, en el servicio, en el gozo, en el perdón y en la misericordia. Gracias a su ejemplo, seremos nosotros mismos dignos de confianza, sin dobleces ni falsedades.

“Mi corazón te ha oído decir: “Ven y conversa conmigo”. Y mi corazón responde: “Aquí vengo, Señor”, Salmos 27:8. ¿Podemos compartir nuestros secretos, nuestras cargas y nuestros sueños con Dios? ¿Sentimos esa confianza de entregarle nuestros más profundos pensamientos, lo mejor de nuestros días? ¡Sí, Él es digno de confianza!

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Del caos al Edén


La tierra no tenía forma y estaba vacía (…) Entonces dijo Dios: «Que haya luz»; y hubo luz”, Génesis 1:1-3

Todo estaba en desorden y confusión hasta que llegó una orden que colocó las cosas en el lugar que les corresponde. Una frase que hizo de un caos… el Edén.

En medio de la densa oscuridad, del desastre y de lo inerte, dijo Dios: «Que haya luz». Y sucesivamente, tras varias órdenes y sesiones de creatividad, en seis días el Creador cinceló el universo a la perfección y a nosotros en él. ¡Qué deleite fue para su corazón contemplar aquel escenario!

Desde el mismo Génesis, está demostrado que en la palabra yace un poder tremendo para ordenar y crear, así como para desordenar y destruir. La decisión, pues, está en nuestro corazón y la sentencia en la punta de nuestras lenguas.

Alguna vez Dios nos vio y, en medio de la ruina del pecado, dijo «Que haya luz». Y como un torbellino de amor, todo se empezó a transformar. Él no se espantó del desastre, no se tapó los ojos, no huyó de la escena, ni esperó a que seamos dignos para poder morir por nuestros pecados. ¡Decretó vida y esperanza! 

No importa cuán aparentemente destruida esté nuestra vida o cuánto desorden experimentemos, el poder divino es mayor. Porque cuando Dios habla la belleza emerge en medio de la catástrofe. La más potente de las luces se abre paso en medio de las tinieblas. El Arquitecto del amor irrumpe en tiempos de destrucción. Su palabra sana, restaura, crea, despierta y vivifica. 

La palabra es el recurso de Dios para experimentar lo extraordinario. No se trata de oraciones repetidas en vano; no son meros rituales o amuletos. Es hablar bendición. Es creer en quien alguna vez transformó un universo caótico en la más grande maravilla jamás pensada y creada.

Sigamos leyendo la Biblia con expectativa, declarando sus promesas con fe. A pesar de la cantidad de palabras negativas, plagueos y agresividad que escuchemos o leamos, traigamos orden y belleza al mundo. Hablemos bien, esperemos lo mejor, aunque el panorama sea crítico. Porque donde el hombre se aplaza, Dios sobresale.

«Que haya luz».

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El pulgar de mamá


A pesar de ser sólo un bultito en tu panza, para ti era tu gran tesoro.

Mis pataditas eran nuestra comunicación amorosa. 

Tus tiernas melodías para dormir me hacían danzar feliz.

Tus oraciones me calmaban, mientras los ojos de Dios me contemplaban.

Tus sufrimientos, eran los míos. Porque alguna vez fuimos un solo ser.

Pasaron 9 meses y nací. Lloré con intensidad. Fue la primera vez que nos separaron.

Cuando me trajeron de vuelta, con los ojos apenas abiertos, te vi. Hermosa mi mami.

Agarré tu pulgar con mis manitas. Era mi forma de abrazarte y decirte “Aquí estoy, siempre cerca”.

Pasaron los años y crecí.

Cuántas historias, cuánto desvelo, cuántas oraciones, cuántas lágrimas, cuántas sonrisas, cuánto amor.

Te dolió ver que cada vez me alejaba más porque necesitaba madurar.

Ya no me podías proteger todo el tiempo. Tuviste que confiar en que Dios velaría por mí.

Tus enseñanzas y tu amor incondicional me prepararon para la escuela de la vida.

Tus oraciones nunca cesaron.

Sos mi única mamá. La que Dios escogió para mí.

Ya no nos une el cordón umbilical, pero tenemos una conexión que jamás podrán cortar.

El día en que nací te agarré el pulgar.

Hoy te susurro: “Es mi turno de cuidarte, mami. Aquí estoy, agarra fuerte mis manos”.

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Uvas agrias


 

Lo que los padres toleran, pasa a los hijos. Lo que los líderes toleran, pasa a los colaboradores. Eso de permitir algo que no se tiene por lícito, sin mencionarlo expresamente, es peligroso en el terreno de la ética. Y generacionalmente contagioso.

Jeremías 31:29 expresa “Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera”. Es decir, las consecuencias de dar la espalda a los principios se traducen en una sensación desagradable en las “encías de los descendientes”. Aunque al comienzo parezca ser un deleite, el resultado final es amargo para ellos.

Una de las frases preferidas de cualquier consultor de la ISO 14001 de Gestión ambiental es: “No existe impacto cero”. Por supuesto que ellos se refieren a la huella de carbono que tienen las empresas. Yo me refiero más bien a la dimensión humana de nuestras decisiones y los hábitos que creamos. Toda elección tiene su derivación. Y a veces éstas salpican negativamente a nuestro entorno.

John Steinbeck escribió:

“Hay un gas de inmoralidad que se infiltra y lo invade todo, y que comienza en el cuarto de los niños para no detenerse hasta las oficinas más elevadas, tanto de las corporaciones como de los gobiernos”.

Ese es un gas invisible, imperceptible, que avanza y escala con los años, que penetra sutilmente hasta ser un huésped bienvenido. Empieza con la permisividad y las pequeñas concesiones, continúa con las faltas intencionales. Es un germen antiético que se incuba en el carácter desde la misma niñez, causando a la postre un grave desenlace. Los hijos e hijas crecen y le dan forma al futuro de una nación. Nosotros vemos los síntomas sorprendidos y boquiabiertos. Señores, eso estuvo incubándose desde hace mucho tiempo.

Que no nos sorprenda ver muchos ámbitos de la sociedad deteriorados. Si bien los cambios son callados y lentos, no quiere decir que las cosas no se estén dañando. Sabemos que cada uno es responsable de dar cuentas por su propia vida y su gestión, Dios estableció la familia para que sea una escuela de valores, un traspaso de cultura y bendición. No estamos hablando de una cadena de montaje, porque sabemos que los seres humanos somos creados más bien como obras artesanas exclusivas y con libre albedrío. Sin embargo, los parámetros son puestos por la autoridad de la casa, por el liderazgo de la empresa. Ponemos el límite de qué se tolera y qué no. Qué tipo de semilla se siembra y cuál no.

“Los padres comieron las uvas agrias…” ¿Cómo están los frutos de nuestro carácter? ¿Qué tipo de liderazgo estamos ejerciendo? ¿Qué ejemplo damos en las casa y en nuestras empresas? Lo más lamentable de dejar corroer nuestro carácter es que las consecuencias no terminan con nosotros, sino que “…los dientes de los hijos tienen la dentera”.

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Paraguay, te quiero próspero


“Los ciudadanos íntegros son de beneficio para la ciudad y la hacen prosperar, pero la palabra de los perversos la destruyen”, dice Proverbios 11:11 (NTV). ¿Queremos una ciudad y un país que prospere? La integridad es el camino. Una mentira puede que parezca el atajo, pero su camino es la ruina. Tarde o temprano, la verdad prevalece y la falsedad se debilita. 

Convengamos que los deshonestos se enriquecen temporalmente, pero es la recompensa de los justos la que permanecerá y la que “…no añade ninguna tristeza” (Proverbios 10:22), ni personal ni familiar.

Hay un escudo para los que caminan con integridad. Se cosecha lo que se siembra. Todos coincidimos en que la corrupción y la mentira terminan por llevar a la deriva cualquier proyecto que tengamos, no existe sostenibilidad allí. Sin embargo, la integridad propicia el curso favorable de las cosas y determina éxito en los emprendimientos.

No importa cuán instalada esté la costumbre de coimear, evitar impuestos, mentir en la rendición de cuentas, exagerar los beneficios de los productos, inflar números, aprovecharse del puesto para ventaja personal, robar dinero o suministros, hundir a otros para escalar, ¡¡la mentira sigue siendo mentira!! Que sea practicada masivamente no la convierte en aceptable. Jamás.

Y aunque a la verdad se la pueda ignorar, pisotear, subestimar, aunque la pasen por encima los mismos líderes de la empresa, eso no la debilita. Sea practicada por una multitud o por una minoría, ¡¡la verdad sigue siendo la verdad!! Siempre.

Cada vez que nos encontremos en la encrucijada, optemos por la verdad.

Ella nos protegerá. No sólo seremos recompensados por Dios, sino que nuestra ciudad y país serán beneficiados. ¡Nunca permitamos que la lealtad ni la honestidad nos abandonen! Tengámoslo presente sin importar el lugar que ocupemos en el organigrama empresarial, ni el tamaño de nuestro negocio. 

El mismo capítulo de Proverbios dice que si un pájaro ve que le tienden una trampa, sabe que tiene que alejarse. Aunque vengan las propuestas jugosas, las ocasiones de incurrir en lo ilícito, aunque sea lo más fácil y rápido al momento, no caigamos en la tentación. Su fin es la ruina y nuestra decisión sólo añadirá tristeza y vergüenza a nuestro entorno.

Quizá el versículo más contundente que encontré fue que “El Señor detesta el uso de las balanzas adulteradas, pero se deleita en pesas exactas”. Seamos exactos, justos, correctos y diligentes.

No queremos ver en ruinas a nuestro país, entonces erradiquemos la mentira de nuestras empresas, de nuestras familias y de nuestra persona. Si queremos ver próspero a Paraguay, si queremos favorecerle, ¡abracemos la verdad!

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La vida de saco roto


Tanto afán, tantas horas invertidas, tanto riesgo… para que no alcance.

«Ustedes siembran mucho, pero cosechan poco; comen, pero no quedan satisfechos; beben, pero no llegan a saciarse; se visten, pero no logran abrigarse; y al jornalero se le va su salario como por saco roto. Así dice el Señor Todopoderoso: ¡Reflexionen sobre su proceder!», Hageo 1:6-7.

Reflexionen, dice. Es decir, consideren nueva y detenidamente sus pasos. Paren un rato. Piensen, sin prisa. ¿No es una constante frustración? ¿No es un esfuerzo diario por tratar de llenar un alma que parece insaciable? ¿No se siente un hueco? ¿Como un agujero que lo absorbe todo?

Esa es la vida de saco roto. La que necesita constantes estímulos para sentirse plena. La de alegrías con fecha de vencimiento al final de cada día. Aquella cuyos tejidos del corazón se desgarran y no logran alojar el contentamiento. Se trabaja, se come, se bebe, se compra… y la satisfacción no se queda, sino que se va, siempre se va.

Cada jornada es una búsqueda por algo que llene, que tape un vacío. Pero la respuesta definitiva para un corazón así no reside en los bienes ni en las relaciones pasajeras, ¿dónde se encuentra? A lo largo de mi vida he experimentado que si dejo que Dios actúe en mí y ya no me centro en mí misma, dejo que mi saco no simplemente se remiende con arreglos temporales, sino que sea cosido desde cero, con hilos fuertes y permanentes. Esto hace que hace que todo lo sembrado y cosechado forme parte de una existencia plena, completa y sin parches.

Una de las mejores sensaciones al dejar atrás la vida del saco roto es que nos desprendemos de la necesidad constante por acumular y por anestesiar el dolor de un vacío. En vez de ello, encontramos deleite en Dios y en el dar. Porque la dinámica en su reino es al revés, a medida que damos… nuestro saco se va llenando.

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Un retorno con fuerza


Hola, luego de todos estos meses 🙂

Va un breve párrafo de justificación: el silencio desde el 8 de mayo de 2012 se debió a que asumí un nuevo desafío laboral, a que tuve una lesión de rodilla a mediados del año pasado [que derivó en cirugía y largos meses de fisioterapia], a que tuve que dedicar lo que me quedaba de tiempo libre para escribir artículos correspondientes a compromisos, y les soy más sincera: el silencio se debió también al cansancio.

Pero este espacio nuestro nunca salió de mi mente. Hay esbozos de posts en mi cabeza, en mi diario, en la libretita roja de ideas que me acompaña a todos lados, en la sección de notas de mi celular, en e-mails que me enviaba a mí misma. Sólo que me los reservé, los callé para más adelante.

Hay tanto por contar. Espero dosificarlo a lo largo del año.

Pero no podía faltar un apunte de aprendiz para la nueva pizarra: el silencio es la ausencia de ruido, es la abstención de hablar, es la pausa musical que permite ganar fuerza.

El silencio es la interrupción del movimiento, de la agitación, es ese intérvalo utilizado para renovarse, es el time-out basquetero para recuperar el aire.

Les cuento que el domingo me senté en medio de un arroyo. El agua me llegaba hasta el cuello, estaba fría, lo que me hizo sentir tan viva. No sentí prisa, de hecho, mi reloj digital [que supuestamente era a prueba de agua] se me descompuso. Y en enero, luego de años [no sé cuántos], contemplé el atardecer desde un río. Mi punto es que estas cosas no se hacen en el frenetismo.

Realmente tenía la mente saturada, necesitaba despejarla de la cantidad de «nubes». Me tomé un tiempo fuera, medio forzoso, pero créanme que me ayudó. Estoy en pleno proceso de reingeniería personal y es lo más emocionante que me pasó en mucho tiempo. Claro que me inquietaba el hecho de ver empolvado el blog, pero no quise hacer ruido por hacerlo nomás. No quise hablar por hablar nomás. Hay mucha parlotería dando vueltas por ahí y yo respeto en sobremanera el tiempo que ustedes invierten en leer un espacio como éste.

Así que, luego de 10 meses rompo el silencio porque me siento lista para un aumento gradual del sonido. Es tiempo para un crescendo del blog y un retorno con fuerza.