Publicado en Apuntes de aprendiz

La fogata de la tribu


Por casualidad escuché en la radio la canción titulada “Me dediqué a perderte”. Obviamente estaba dirigida de un hombre a una mujer, pero no pude evitar relacionarla a la dinámica de la relación padres-hijos. Desde hace un tiempo preocupa a nivel sociedad el descuido que muchos hijos sufren.

Algunas de las frases de la canción decían: “me ausenté en momentos que se han ido para siempre”, “cómo es que nunca me fijé que ya no sonreías”, “me alejé mil veces y cuando regresé te había perdido para siempre”, “te dejé para luego”, “por qué no pude comprender lo que ahora entiendo”, “me encerré en mi mundo y no pudiste detenerme”, “entonces descubrí que ya mirabas diferente”, “que había llegado el día en que ya no me sentías, que ya ni te dolía”, “me dediqué a perderte”.

Palabras fuertes, ¿no? Bernardo Toro, un pensador colombiano, dice que “cuando se ama, se cuida. Cuando se cuida, se ama”. Y a los hijos, ¿se los está cuidando? Y me refiero mucho más allá de proveer para ellos. Algunos padres aman a sus hijos pero en el momento en que deben demostrarlo, priorizan el trabajo y compromisos con extraños. Y después se preguntan “¿qué le pasa a mi hijo/a que está diferente conmigo?”

Si hay algo que lastima el corazón de un hijo es ver reiterativamente un asiento vacío en el auditorio, en la cancha, en el cumpleaños, en el restaurant, en las ferias del colegio, e incluso en la mesa de la cocina. Esos momentos ya no vuelven… nunca más. Recuerdo haberle dicho a mi propio padre una vez que en sus últimos días él no solicitaría un extracto de su cuenta bancaria, no pediría para que le traigan sus títulos universitarios ni las fotos de sus mejores trabajos de arquitectura, sino que preguntaría con ansias “¿Dónde está mi familia… dónde están mis hijos?”.

Hurgando en el diccionario encontré algo interesante. La palabra CASA significa “edificio para habitar” y eso lo compra cualquiera; lo difícil es hacer de la casa un HOGAR. Analizando más, la etimología de hogar proviene del latín “focus”, que significa “fuego”. Ahora entiendo por qué se dice siempre “el calor del hogar”. Nuestra familia debería ser ese brasero que nos enciende, esa fuente de energía, ese calor que nos abriga y que nos reúna a todos como si fuera la fogata de la tribu. Un lugar de terapia, un espacio de autenticidad, de desarrollo, de confesión, de educación, de afecto, de ánimo, de correcciones y de contención. Debería ser UNA PRIORIDAD. Pero para ello se necesita echar leña al fuego, de lo contrario, sólo tenemos cuatro frías paredes para habitar, o peor aún: una casa que parece un hotel, usada sólo para dormir y desayunar.

La ley divina de la “siembra y la cosecha” es muy visible en este sentido. Hay padres cuyos corazones se regocijan al ver a sus hijos crecer. Son padres cuyos legados seguirán y seguirán influyendo positivamente. La canción que ellos cantan no es el “Me dediqué a perderte”, por el contrario, es el «Me dediqué a encontrarte».

2 comentarios sobre “La fogata de la tribu

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