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Star Wars y el lado oscuro de encerrarnos


Una de las frases más conmovedoras de la saga de Star Wars es la pronunciada por Padmé Amidala a Anakin Skywalker, en La venganza de los Sith, cuando en su último intento de que él no sucumba al lado oscuro (seducido por Palpatine), ella le recuerda que lo ama y le dice:

Don’t shut me down

Podemos traducirlo como «No te cierres», «No me excluyas», «No me alejes». Esas pocas palabras logran capturar la complejidad emocional de una relación que en ese momento se está desmoronando a gran velocidad. Si bien hay eventos monumentales en el arco de la historia desenvolviéndose -la caída de la República, el ascenso del Imperio y el inicio de la transformación de Anakin en Darth Vader- este momento de desesperación invita a una profunda reflexión sobre las relaciones.

Reconozco y agradezco a las Padmé que poseen la suficiente vulnerabilidad emocional para establecer un puente de comunicación, de conexión y de lucha por el ser amado (aunque el otro se muestre desconocido). Y admito haber sido parte de los Anakin, que tendemos a cerrarnos en momentos de conflicto, en desconfianza, pensando que nuestro aislamiento está protegiendo al otro de lastimarlo, cuando en realidad genera el efecto contrario: abre un abismo de desconexión y una herida.

De hecho, ante el cierre emocional de Anakin y su apego al lado oscuro, su esposa y futura madre de sus gemelos, pronuncia otra de las frases más devastadoras de la saga:

Uff, esta escena.

La luz se va de la vida de Anakin. Lo consumen sus inseguridades, su miedo a la pérdida y su deseo de poder. Pero Padmé aquí lo contrasta y representa un llamado a la comunicación abierta. Ella va a buscar a Anakin porque siente la distancia entre ambos.

Cuando intuimos que una persona amada nos está «bajando la cortina», pueden generarse sentimientos de rechazo, dolor y abandono. Por eso es tan valioso y valiente dar el paso de reconectar.

El costo que pagamos por aislarnos

Por su parte, la reacción de Anakin es un reflejo común en la vida real: cuando nos vemos abrumados por nuestros propios miedos, a menudo alejamos a los demás en un intento de manejar solos toda esa agitación interna que sentimos. Pero, como revela la súplica de Padmé en esa escena, este cierre solo amplifica el dolor. Al cerrarse emocionalmente, Anakin no solo pierde a Padmé, sino que también se niega a la posibilidad de redención.

Es justo decir que alguien sobrepasado por sus emociones o miedos siente que no puede comunicarse abiertamente. En ocasiones, tomar distancia es un mecanismo de protección y autopreservación. El problema se da cuando ese silencio o aislamiento no conducen a una mayor claridad, sino a una mayor desconexión y solo termina dañando la relación (ya sea de amistad o de pareja).

En el caso de Padmé, ella es consciente de que Anakin está ocultando algo, y sus palabras son un intento por reconectar antes de que sea demasiado tarde. Ella está expresando vulnerabilidad, ofreciéndole a Anakin un espacio para que se abra y comparta sus cargas. Pero Anakin no encuentra el valor para abrirse con ella.

Cuando nos cerramos emocionalmente, no solo nos negamos a recibir consuelo y guía, sino que también lastimamos a las personas que amamos, haciéndolas sentir excluidas de nuestro mundo interior. Sólo somos amados en la medida en que somos conocidos.

Aunque el contexto pertenece a la saga de Star Wars, el sentimiento es universal. Si Anakin hubiera elegido mantenerse emocionalmente abierto con Padmé, tal vez habría encontrado un camino fuera de la oscuridad. En cambio, su cierre acelera su caída, y la galaxia es afectada para siempre por sus decisiones.

Estas dos frases «Don’t shut me down» y «You’re breaking my heart», tan cargadas de significado, nos invitan a pensar en lo vital que es la apertura en nuestras propias interacciones. Nos recuerdan que, aunque el miedo al dolor nos lleva a cerrarnos, ese mismo acto puede terminar destruyendo lo que más valoramos.

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Ese peligroso sofá


¿Estás cansado/a? Todos necesitamos tiempo de respiro y quietud, donde escapemos de la constante demanda por producir resultados con fechas límites. Es sano que tras temporadas exigentes necesitemos parar.

Pero nos empezamos a deslizar en un terreno peligroso cuando transcurrido un buen tiempo recurrimos una y otra vez “al sofá”; cuando nuestra mente busca más la comodidad que la aventura; cuando queremos reducir al mínimo los desafíos para desparramarnos entre almohadones de seguridad y confort. 

Lo más dañino a veces no termina siendo lo que hacemos desde ese sofá, sino lo que dejamos de hacer. John Ortberg, en su libro “Cuando el juego termina todo regresa a la caja”, tiene las palabras exactas para describirlo:

Se trata de lo que uno no hace, las relaciones que nunca se profundizan, las personas necesitadas a las que nunca servimos… nunca llegamos a verlas siquiera. Son las oraciones maravillosas que nunca elevamos, los pensamientos nobles que nunca pensamos, las aventuras que nunca emprendimos. Son las carreras que nunca corremos y las batallas que nunca peleamos, las risas que no reímos y las lágrimas que no derramamos. 

Ese sofá puede matar nuestro potencial. Todo cambio implica acción y mucha movilidad.  Es fácil esperar que las cosas se hagan y solucionen por nosotros, cuando en realidad se podrían realizar por medio de nosotros. No estamos llamados a vegetar y aceptar pasivamente “el destino”. Tenemos agencia para generar pequeñas y grandes revoluciones en nuestros hogares, empresas, organizaciones y espacios de liderazgo.  

En mi descanso de vacaciones volví a ver la trilogía de “El Hobbit”, cuya historia parte de los libros del fantástico J.R.R. Tolkien. En esta historia se describe la vida aparentemente perfecta de Bilbo Bolsón. Allí estaba él, en su hogar [el agujero-hobbit], cómodo, próspero y tranquilo, rodeado de prados en la Comarca. Con su té y sus panes, su chimenea, su rutina inalterable y “su sofá”. Hasta que llega el mago Gandalf con una misión que daría vuelta su mundo: acompañar a un grupo de enanos e ir en busca del tesoro custodiado por el temible dragón Smaug en la Montaña Solitaria.

El argumento de Gandalf para convencer a Bilbo es impresionante: “En esta vecindad los héroes son escasos, o al menos no se los encuentra. Las espadas están aquí casi todas embotadas, las hachas se utilizan para cortar árboles y los escudos como cunas o cubrefuentes; y para comodidad de todos, los dragones están muy lejos”.  

Eso despierta algo en Bilbo (su potencial dormido), y se embarca al desafío que transformaría su historia (y el de la Tierra Media).

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¿Qué se deja de hacer cuando nos recostamos en el sofá? ¿Qué se apaga? ¿Qué se entierra? ¿Qué se deja de decir? ¿Qué se pierde? Descansemos si nos encontramos agotados, pero una vez que recobremos fuerzas saltemos de ese sofá para ser activos protagonistas donde más se nos necesite. 

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El mundo es demasiado grande


Una de las escenas de la película “El hombre de acero” nos muestra a un Clark Kent de niño en un aula de clases. Su maestra está impartiendo una lección. Clark todavía no es conocido como Superman pero ya empieza a desarrollar sus poderes peculiares. 

De repente él se siente abrumado: escucha todo con mayor intensidad y nitidez, desde el contacto de la tiza en la pizarra, las voces de sus compañeros y compañeras, el golpeteo de lápices hasta las manecillas del reloj. Su maestra se percata que él da signos de estar asustado por lo que se aproxima y le pregunta “¿Estás bien, Clark?”. En ese momento él se da cuenta que tiene la visión de rayos X y puede ver los órganos y huesos de ella. Esto lo atemoriza en gran manera y sale corriendo del salón hacia el pasillo, tapándose los oídos en desesperación, como queriendo silenciar todo lo que está experimentando. 

Clark se mete a una pieza donde guardan los productos de limpieza y llavea la puerta. Su maestra y todos los estudiantes de su clase salen detrás de él -algunos por preocupación y otros por curiosidad-. La docente golpea la puerta e intenta disuadirlo para que salga, gira el picaporte constantemente y le dice “Llamé a tu mamá”, a lo que un enojado y agobiado Clark responde calentando el picaporte con su visión calorífica para que ella no vuelva a tocarlo. 

En eso llega corriendo Martha Kent (su mamá adoptiva y quien conoce el secreto de que Clark en realidad es Kal-El del planeta Krypton). “Estoy aquí. Clark, es mamá. ¿Abrirías la puerta?”. Clark ve a través de las paredes y escucha con perfección los susurros despectivos de los demás niños hacia él. Está sentado, llorando, con las manos todavía puestas sobre sus orejas. “Cariño, ¿cómo puedo ayudarte si no me dejas entrar?”, le dice Martha con una voz que sólo las madres poseen en un momento crítico. Clark reacciona diciéndole: “El mundo es demasiado grande, mamá”. Martha se arrodilla frente a la puerta y le susurra del otro lado: “Entonces hazlo más pequeño”.    

Es en ese diálogo de una historia ficticia que encontramos una profunda verdad sobre el liderazgo personal y empresarial: necesitamos hacer nuestro mundo más pequeño. Debemos editarlo, de lo contrario vamos a abrumarnos, a desgastarnos y terminar inefectivos en nuestros esfuerzos.  

Existen un sinfín de causas y de problemas en los que podríamos involucrarnos. Hay una larga fila de personas que demandan nuestro tiempo. El catálogo de libros, de capacitaciones, la cantidad de invitaciones, emails y notificaciones no para. ¿En qué y en quiénes nos enfocaremos? ¿Cuáles serán las batallas que elegiremos pelear? Si no reflexionamos en esto dispersaremos nuestra fuerza a todas las direcciones. 

Que nuestro mundo sea más pequeño no significa que convirtamos al resto en menos importante. Pero entendemos la diferencia entre estar ocupados y estar enfocados. 

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Los virtuosos


Una razón más por la que creo en Dios y me río del Big Bang. Al observar a esa gente que domina tan naturalmente un arte o una técnica, no puedo más que maravillarme. Sólo pienso «Nació para esto». Son dueños de un don|talento que la práctica no consigue ni el dinero compra. Es un regalo de nacimiento, uno que viene en la sangre.

Cuánta belleza y destreza se encuentran repartidas en el mundo. Cuánto virtuosismo. Hay quienes pasan años tratando de desarrollar una habilidad, otros en cuestión de segundos la dominan con una facilidad a-d-m-i-r-a-b-l-e. Son los virtuosos. Los que te motivan a aplaudir al Cielo.

Lastimosamente, varios de ellos se quedaron a mitad de camino y no alcanzaron su pleno potencial porque despreciaron la disciplina. Se creyeron sabelotodo, rehusaron «la partitura» y empezaron a mirar a los demás como inferiores.

Pero qué gran bendición sería que se fusionen el virtuosismo con la disciplina, la inspiración con la transpiración. Y, sobre todo, que ese talento sea usado para el bien.

Mozart y sus "garabatos"

 Escribiendo este post, pensé bastante en David Garret, un joven violinista de procedencia alemana, que me dejó impresionadísima. Tuve la oportunidad de ver por DVD su concierto. Casi me levanté de mi sofá a ovacionar.

Es que no puedo permanecer indiferente ante la belleza que Dios creó, eso me infunde un deleite hasta espiritual. Me fascina ver al que nació para pintar, para hablar, escribir, actuar, bailar, cantar, tallar, dibujar, enseñar y crear con gran dominio y naturalidad. Veo un rasgo de Dios en cada uno de ellos y me da piel de gallina de la emoción.

Ni amebas ni explosión. Ni azar ni evolución de monos. Los virtuosos me hacen amar aún más a ese Alguien que nos pensó con intencionalidad… y a cuya imagen y semejanza estamos hechos.

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Ideas barnizadas


Sí, ideas barnizadas. Cuando pensamos que ya lo sabemos todo y no dejamos que una nueva idea nos traspase [somos resistentes a ella]. Nos preservamos tanto de la «atmósfera» circundante, que terminamos haciendo del orgullo un barniz que, después de seco, adquiere tanta dureza que ya nada lo puede traspasar.

Recibimos consejos pero hasta que no nos tropezamos múltiples veces con la misma piedra, parece que no aprendemos. Nos señalan un error, pero insistimos en nuestra conducta. «¿Ceder? No, gracias», decimos. Nos autoconvencemos de que todos están equivocados o exagerando. Aunque nos tiren un balde de agua fría para que nos despertemos, estamos barnizados. Nada traspasa.

Comparto con ustedes un principio revelador que vi en la película «Soul Surfer», historia verídica sobre la vida de Bethany Hamilton [surfista talentosa que perdió un brazo por el ataque de un tiburón], y es que:

Cuando atravesamos un conflicto a veces estamos «demasiado cerca» y con un zoom que no nos permite ver el cuadro en general.

Sin embargo, otros sí poseen esa perspectiva. Es allí cuando conviene escucharles y dejar de lado la brocha con barniz.

Hay que aprender a diferenciar cuándo ser pertinaces, intransigentes e irreducibles en nuestras posturas, y cuándo no. Es gracias a las personas sabias que nos rodean que logramos ver más allá de lo microscópico. Quien realmente procura tu bien no te adula, sino te resguarda de un perjuicio. No quiere ganar un concurso de popularidad contigo, quiere protegerte.

¿Duele que te digan la verdad? DUELE MUCHO. Pero una herida no se sana sin que alguien meta agua oxigenada y te limpie primero. En ese sentido, a veces me pregunto, ¿cuál posición es la más difícil? ¿Confrontar con la verdad o escuchar que te confronten con ella? Ambas aristas tienen sus incomodidades, pero el escuchar y tomar la copa amarga es lejos lo más difícil.

«Desbarnizarnos» depende de cada uno. No vendrá por obligación o por la fuerza. Es un renunciamiento voluntario a la terquedad, un ablandamiento del corazón, un chau a las excusas y una bienvenida a esa virtud poco practicada: el admitir que otros tienen la razón.

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Situaciones límites


Quinto curso de la secundaria, clase densa de filosofía y dos palabras que no se borrarán de mi mente: «Situaciones límites».

Acorde a mi profesor, las situaciones límites [como una enfermedad terminal, un accidente grave, la muerte de un ser querido, una catástrofe, etc.] llevan a la persona a un profundo análisis de su vida, a un replanteamiento de sus prioridades y de sus relaciones, a un sinfin de preguntas existenciales.

Fui a ver la película nominada al Oscar 127 horas. Obviando detalles, la historia es dramática: una feroz roca deja atrapada la mano del montañista Aron Ralston y lo obliga a pasar 5 días en medio de un cañón solitario en Utah [con poquísima agua en su cantimplora]. Pasaban los minutos y la frase seguía siendo la misma en mi mente: «SITUACIÓN LÍMITE. SITUACIÓN LÍMITE». Realmente fue predecible la trama, aunque bastante interesante. Teniendo a la muerte respirándole la nuca y a una pequeña grabadora como única testigo de sus potenciales últimas horas, Aron decide auto-grabarse y dejar un mensaje.

¿A QUIÉN?

A personas. Amadas. Anheladas.

Esa fue su situación límite. Esa fue su reorganización de prioridades. Ese fue su despertador extremo. La verdad que no todos necesitamos pasar por algo dramático para mirar con otros ojos la vida. Algunos ya somos conscientes de que cada día es un regalo. Pero en algún momento eso se tuvo que haber incubado.

No puedo evitar pensar en ¿qué grabaríamos nosotros? Sospecho que la respuesta a esa interrogante nos dará la pista para vivir de ahora en más con un fuerte propósito.

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El celular al agua


Accedí al guión de «The Devil Wears Prada» [El diablo viste a la moda], una de las películas más taquilleras del 2006 y que le valió la nominación al Oscar™ a la genia de Meryl Streep. Sin ánimos de hacer un resumen largo, sólo diré que trata de la historia de Andy, una aspirante a periodista que termina como asistente de la fría y exigente Miranda Priestly, editora de la revista de moda Runway.

Andy está en el puesto «por el cual un millón de chicas matarían». Pero más tarde, al entrar en el frenesí laboral, se da cuenta de que va perdiendo poco a poco todo lo que más vale en la vida. Y quiero transcribir aquí un intercambio de opiniones que tienen Andy y Miranda en una limosina mientras están en la semana de la moda en París.

Miranda: «Mientras más poderosa te conviertas, mayor será el juicio y el escrutinio hacia tu persona. Te perderás de cosas como vacaciones, atardeceres y momentos con tu familia. Algunas personas en tu vida nunca aceptarán tus prioridades. No todos pueden entender esa presión, Andy. Pero ahora sabes que puedes».

Andy le mira a su jefa atónita por lo que está escuchando.

Miranda contnúa: «Entonces ahora tú sabes que puedes tener mi vida. Puedes hacer lo que hago. Porque puedes sacrificar las cosas que necesitan ser sacrificadas».

Andy: «Pero ¿qué pasa si no puedo hacerlo? Es decir, ¿qué pasa si eso no es lo que quiero?

Miranda le sonríe y responde: «No seas tonta, Andy. Por supuesto que eso es lo que quieres. Todos quieren ser como yo».

Allí se interrumpe el diálogo y Miranda baja de la limosina -esperando que Andy también descienda- para enfrentar a un montón de paparazzis afuera. Pero aquí la historia da un giro interesante. Miranda pisa la alfombra roja, los flashes no cesan, y en eso se percata de que Andy ya no está detrás de ella. La cámara enfoca a la aprendiz alejándose del gentío y dirigiéndose hacia una fuente de agua. En eso suena su celular. El nombre MIRANDA aparece en la pantalla. Entonces Andy toma una decisión drástica: tira su celular a la fuente de agua y se va.

Hasta ahí quisiera llegar con la descripción. Qué aprendizaje profundo el del diálogo en la limosina. Por un lado vemos a una ejecutiva exitosa y admirada en el mundo de la moda, cuya vida personal como esposa y madre se cae a pedazos. Por el otro lado, vemos a la aprendiz que casi imita la vida de su jefa, que atiende su celular las 24 horas para temas laborales, que interrumpe una cena familiar para ocuparse de reclamos de su jefa, que pierde a su novio y se aleja de sus amigos, que ya es casi inaccesible, que empieza a destacarse en lo laboral a costas de sus relaciones interpersonales más importantes.

Realmente no hay mucho por analizar, esos diálogos son bastante elocuentes por sí mismos. Sólo me gustaría agregar que esto no significa que renunciemos a nuestras responsabilidades, sólo que tomemos decisiones simbólicas como las de Andy y «tirar el celular al agua». Aunque suene paradójico, tenemos que desconectarnos para conectarnos.

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Pretty woman?


¿Quién no recuerda la película «Pretty Woman«?  Es la que puso en el mapa de Hollywood a Julia Roberts y posicionó como galán a Richard Gere. Bueno, de eso se acuerda la mayoría. Pero yo quiero mirar un poquito más allá de lo evidente y leer entrelíneas.

El 1 de enero tuve la oportunidad de verla nuevamente, pero esta vez en formato VHS, gracias a una amiga que desempolvó literalmente los 200 videos que tenía en algún recoveco de su casa.

Si bien hay varios diálogos que te causan risa [incluyendo la extraña moda de los ’90], personalmente la película me deja este «dramático» mensaje:

A veces lo que vemos de una persona es tan solamente una fachada, sólo la portada, un paramento exterior, en ocasiones engañoso.

La trama es sobre una prostituta que conoce al amor de su vida y es vista por primera vez como la mujer que es y no como objeto de sexo por dinero. Los prejuicios, de a poco, van cayendo. Algunos dirán «Él se enamoró de ella cuando cambió sus botas de callejera por unos zapatos finos», «Obvio que la miró con otros ojos cuando ella cambió su vestido revelador por uno elegante y modesto; o su peinado a lo Madonna por el de una dama de sociedad». Pero en realidad, si prestan mucha atención, se darán cuenta de que la parte donde él la miró sostenidamente y fascinado fue cuando ella estaba en una larga bata de baño, con cara lavada, acostada sobre la alfombra, tomando helado, viendo una película clásica y lanzando risotadas espontáneas [como sólo Julia Roberts lo podría hacer]. Es decir, ahí se dio cuenta de que no se trataba sólo de una pretty woman a nivel físico, sino de una pretty woman del corazón. La vio transparente, vio más allá de su trabajo y dejó a un lado su opinión desfavorable previa-a-conocerla-de-verdad. La vio. Y se enamoró.

Si bien considero que en la película hay antivalores también, me quedo con esa enseñanza: hay mucho más allá de la fachada. Eso me lo mostró también la segunda película en VHS que vi, «Sister Act». Allí las monjas  se escandalizan cuando varios jóvenes con tatuajes, piercings y tachas empiezan a atravesar las puertas de la iglesia para escuchar un coro bastante moderno y afinado [encabezado por la Sister Mary Clarence, interpretado por Whoopi Goldberg]; jóvenes que luego las ayudarían en la recaudación de fondos para que el convento sobreviva. En fin… podrían catalogar a este post de ingenuo, ya que se basa en películas. Pero déjenme decirles que la realidad supera ampliamente a la ficción.

Detrás de toda esa maraña de comentarios dañinos de pasillo, de prejuicios y de desconfianza, podrías encontrarte con una bella persona. Seguramente le falta un diente y seguramente es imperfecta. Pero ¿no lo somos todos? ¿Y no merecemos todos una oportunidad?